Sí, así lo creo, los navegantes que aman el mar, tienen una conexión diferente con el universo, que es a través de una embarcación y si es a vela lo viven mejor, porque logran armonizar con el oleaje, el viento y las estrellas sin necesidad de tener aletas y ser un pez o un delfín.
Como afirman muchas investigaciones científicas, la vida en la tierra tuvo su origen en el agua de mar, en un océano primitivo hace aproximadamente 3.650 millones de años. De ahí surgió el primer ente vivo unicelular, que luego se convirtió en pluricelular y con el tiempo algunos animales marinos tuvieron que salir a la tierra y ha ido evolucionando (mucho) hasta llegar al ser humano, llevando en su interior células con plasma marino (agua de mar).
¡Mejor me dejo de anécdotas, y voy al tema!
Que el navegante en su interior escucha el llamado de su esencia, busca confluirse y estar de alguna manera cerca del origen de la vida. ¡Y sentir eso es bonito! Es de valientes y audaces. Vivir la experiencia de la navegación significa muchas cosas.
No significa no sentir miedo, sino aceptarlos y estar dispuestos a superarlos, ¿una tormenta?, ¿mala mar?, ¿un cabo suelto?¿un incendio a bordo?, ¿la dificultad de una maniobra compleja que pone en riesgo a la tripulación?
Todo esto y millones de obstáculos han ocurrido en la historia náutica.
Imaginemos las peripecias que les habrá ocurrido a la expedición de Magallanes y Elcano.
Hace 500 años que no contaban con la tecnología de hoy, ni satélites GPS de geolocalización, ni chalecos salvavidas refractarios con señal, la comodidad de un interior de un barco moderno, poder preservar alimentos en neveras, o las facilidades de comunicación con nuestros seres queridos enviando un e-mail con señal vía satélite y así calmar las preocupaciones de si estamos con vida.
¡Cuánta diferencia! Antes las funciones de todos estos instrumentos las proveían mayoritariamente las habilidades humanas, pero sabemos de la imprecisión e imperfección innata del hombre. Aunque actualmente por supuesto que éstas destrezas pueden desarrollarse mejor apoyándose en los avances tecnológicos.
No es de extrañar que de 239 marinos que zarparon de Sevilla allá por el año 1519, hayan vuelto sólo 18.
Rindo homenaje a la proeza de esta travesía, y destacando los méritos logrados por aquella tripulación y la comandancia de Magallanes luego relevada a su regreso por El Cano, también hay que elogiar hoy en día a todos los que valoran y están dispuestos a preservar tanta historia a través de la impecable conservación del patrimonio marítimo tal como lo celebra cada año en el mes de agosto, “La XXV Regata de Clásicos” organizada por el destacado Club de Mar Mallorca.
Ese afán aventurero con ganas de experimentar algo diferente a los “terrícolas”, esa fuerza interior que habrá llevado a Magallanes a estar dispuesto a superar cualquier obstáculo para iniciar dicha travesía, sólo pudo haber sido con un solo espíritu que indudablemente hizo la diferencia, y ese es el espíritu del navegante.
A cada uno que amamos navegar, las olas nos mueve el alma en una vibración casi perfecta con el lenguaje del universo, tanto que podemos escuchar a nuestro corazón, como narraba Paulo Cohelo en su reflexiva obra literaria “El alquimista“.
Aquí cito un párrafo de su libro:
“Escucha a tu corazón. Él lo conoce todo, porque proviene del Alma del mundo y un día retornará a ella. Los sabios entendieron que éste mundo natural es solamente una imagen y una copia del paraíso. La simple existencia de éste mundo es la garantía de que existe un mundo más perfecto que éste. Dios lo creó para que a través de las cosas visibles los hombres pudiesen comprender sus enseñanzas espirituales y las maravilla de su sabiduría.”
Hemos descubierto en cada vivencia a bordo seguramente muchas cosas técnicas náuticas, maniobras, información del clima con analizar los vientos, pero considero importante la oportunidad de conocernos a nosotros mismos, y conectar con nuestro interior.
Asique amigos… a ¡seguir navegando!
Saludos y ¡ buenos vientos!
Gracias por Leerme
Laura